Una persona que tiene presente lo mucho que Dios ha hecho por ella no va a desanimarse tan fácilmente, para lograr esto hay que ejercitarnos en la gratitud. De acuerdo a tu capacidad para agradecer será tu capacidad de reconocer y de esperar. “Ni aunque transcurran mil generaciones, se olvidará el Señor de sus promesas…”

En la primera lectura escuchamos cómo Dios antes de entregarle las tierras mediante la costumbre de partir por la mitad a los animales y pasar por en medio diciendo que les pasara igual si no cumplen el pacto hecho (Cf. Jr 34, 18 ss.), le recuerda quién es “Yo soy el Señor, el que te sacó de Ur, ciudad de los caldeos, para entregarte en posesión esta tierra…”

Si no tenemos presente lo mucho que Dios nos ha dado, andáremos como veletas que se mueven según el aire que les llegue y «por nuestros frutos nos reconocerán» si alguien contemplara nuestra manera de vivir y de actuar ¿reconocería a alguien que se sabe hijo de Dios?

No permitamos que las prisas o los impulsos nos hagan reaccionar de manera equivocada, pidamos al Espíritu Santo que expulse de nosotros todo miedo y podamos así manifestarnos como hijos de Dios. En los momentos de incertidumbre acurruquémonos en Dios recordando las palabras de Jesús: “Permanezcan en mí y yo en ustedes, el que permanece en mí da fruto abundante.”

(P. JLSS)