MIÉRCOLES – SEMANA X DEL TIEMPO ORDINARIO

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(1Re 18, 20-39 / Sal 15 / Mt 5, 17-19)

Cuando uno predica acerca de la misericordia de Dios, no hace otra cosas que predicar con otras palabras lo que Jesús dijo: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud.” La plenitud de la ley se vivirá conforme sea un corresponder al amor recibido.

La ley de Dios es Santa y enteramente justa, por eso el mismo Jesús asegura “que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.” Solo que no lo haremos solo como si de una norma herónoma se tratara, sino de un deber que brota de nuestro interior.

Cuando el profeta Elías pide ayuda a Dios se fundamenta en quien es Dios y en su poder para cambiar los corazones: “Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; que se vea hoy que tú eres el Dios de Israel, que yo soy tu servidor y que por orden tuya he ejecutado todas estas cosas. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que todo este pueblo sepa que tú, Señor, eres el Dios verdadero, que puede cambiar los corazones.”

Pidámosle a Dios nuestro Padre que nos dé la humildad para reconocer que el misterio de su amor no se fundamenta en nuestros criterios o prejuicios sino en su amor. En que tiene el poder para transformar corazones, el nuestro en primer lugar, dejémosle actuar en nosotros mismo, cambiar nuestro corazón, para vivir conforme a lo que él manda.

(P. JLSS)

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