(Jer 18, 18-20 / Sal 30 / Mt 20, 17-28)

Esta semana la palabra nos está invitando a meditar acerca de qué tanta atención ponemos a lo que el Señor nos pide, a saber diferenciar si nuestra espiritualidad tiende más a aparentar bondad o si busca agradar verdaderamente a Dios. A quien ha comenzado a cerrarse a Dios se le nota…

En la primera lectura escuchamos como a aquellos a los que la palabra confronta y que no tienen intención de cambiar ni dejarse confrontar por ella, preferirán destruir (directa o indirectamente) a quien anuncie la misma, como cuando alguien está predicando y dice algo que nos cuesta aceptar, y lo primero que hacemos es traer a la mente sus fragilidades. También escuchamos la desilusión que puede surgir en quien trata de ser fiel.

Quien conoce a Dios y confía en el, caminará con firmeza, perseverará en su camino aunque en el mismo se aproxime la Cruz, en el Evangelio, se nos ha dejado claro que nuestras prioridades deben ser otras: “El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos.” La grandeza está en confiar más en Dios que en nuestros limitados esquemas.

Padre Nuestro, te agradecemos tu misericordia y tu amor, queremos vivir siendo conscientes del amor que nos tienes, para vivir libres de todo miedo, reconocemos tu grandeza y nuestra necesidad de ser iluminados por tu Espíritu, para que lo único que ilumine nuestros tiempos de oscuridad seas tú y no nos dejemos encandilar por nada más. Que siempre nos movamos por los impulsos de tu amor y nunca por respuesta al miedo.

(P. JLSS)