(Is 40, 25-31 / Sal 102 / Mt 11, 28-30)
Ayer reflexionábamos como Dios no quiere que ninguno de nosotros se pierda y como muestra de este inmenso amor ha envido a su Hijo al mundo para que creyendo en Él tengamos vida eterna ¿qué tan dispuestos estamos para dejarle involucrarse en nuestras vidas para que las transforme?
Lo que en el Antiguo Testamento lograron percibir, que “el Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados”, a quienes creemos en Jesús nos ha quedado manifiesto.
Por ello este día la Palabra nos está invitando a que cambiemos de manera de pensar (nos convirtamos) y acudamos a al Señor con cualquier fatiga que pudiera traernos fatigados y agobiados para encontrar descanso. Dejemos que Él cargue con nosotros porque su yugo es suave y la carga con él, ligera.
Padre, que tu Espíritu transforme nuestras mentes para que nuestra confianza esté siempre puesta en Ti, que nada se convierta en un falso refugio para nosotros. Que nunca permitamos a nada que haga que se nos olvide que tú das «vigor al fatigado y al que no tiene fuerzas, energía… aquellos que ponen su esperanza en el Señor, renuevan sus fuerzas; les nacen alas como de águila, corren y no se cansan, caminan y no se fatigan».
(P. JLSS)
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