MIÉRCOLES – DESPUÉS DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

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(1Jn 4, 11-18 / Sal 71 / Mc 6, 45-52)

¿Que tan Amado te sientes por Dios? De ello dependerá la tranquilidad con la que vivas y tu manera de relacionarte con los demás. “Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. A Dios nadie lo ha visto nunca; pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor en nosotros es perfecto.”

Si permitimos que la gracia de Dios permanezca en nosotros, si tenemos en cuenta qué nos merecemos de acuerdo a nuestra dignidad de hijos de Dios nos será más sencillo reconocer qué debemos o no permitir en nuestras vidas; también, nos haremos menos duros para enjuiciar a quien también es amado por Dios, aunque no lo acepte o conozca.

En el Evangelio se nos narró cuando Jesús va hacia sus discípulos caminando por el agua, pero ellos en lugar de llenarse de admiración por el nuevo prodigio del Señor, ante la falta de apertura y por miedo, se nos dice que: “todos estaban llenos de espanto y es que no habían entendido el episodio de los panes, pues tenían la mente embotada.” ¿En estos momentos tienes claro qué está embotando tu mente? ¿Qué te está espantando como a ellos?

Señor, somos tus discípulos y nos sabemos amados profundamente por ti, pero también reconocemos que procurar andar en este mundo «como ovejas en medio de lobos» (cf. Mt 10, 16) es cansado y, ante tanta incertidumbre que estamos viviendo, el desánimo quiere surgir. Por ello venimos a ti, para que nos des la paz, no la queremos buscar en otros lados sino en ti, que eres el único que trae paz verdadera (Cf. Jn 14, 27), permítenos escuchar tu voz que nos recuerda que no estamos solos y vas con nosotros: “¡Ánimo! Soy yo; no teman”.

(P. JLSS)

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