(1Cor 12, 12-14. 27-31 / Sal 99 / Lc 7, 11-17)

“Reconozcamos que el Señor es Dios, que él fue quien nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño.” Con estas palabras quisiera que iniciáramos nuestra reflexión de este día ¿Reconocemos el cuidado y la protección de Dios? ¿Dejamos que se acerque a nosotros?

Ayer en el Evangelio el oficial romano se encontró con el poder de Dios en medio de su sentimiento de indignidad, hoy se nos cuenta la desgracia de una mujer que había quedado desprotegida socialmente, sin esposo y sin hijo, a la cual se le acerca Jesús y esta le recibe.

El Evangelio nos narra cómo Jesús consciente de su poder, no teme a la «impureza legal» a la que le llevaría el tocar un muerto y “Acercándose al ataúd, lo tocó, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús dijo: «Joven, yo te lo mando: Levántate»… que importante es detenerse para permitir que el Señor actúe.

No nos dejemos distraer por nada, ni por lugares, ni puestos o cargos, por nada externo si antes no nos hemos dejado impresionar por la cercanía del Señor, de su deseo que no haya nada que nos limite. Hagamos un alto, dejemos que el Señor se acerque a nosotros y aspiremos al don más excelente, su amor.

(P. JLSS)