(Jue 6, 11-24 / Sal 84 / Mt 19, 23-30)
Nuestra mayor riqueza es el Señor, ese es el tesoro con el que contamos para obtener todo lo que necesitamos. Es a Él a quien debemos acudir en busca de paz y serenidad que tanto falta nos hace en nuestras vidas ¿qué tanta seguridad te da contar con él de tu lado? ¿Qué te da más miedo: perder la gracia o no traer tanto dinero en tu cartera?
Cuando San Pablo dice a los corintios que “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecemos con su pobreza” nos enseña que el Señor quiso despojarse de todas sus prerrogativas divinas para que no sintamos ninguna lejanía (cf. Flp 2, 6-11) y nos le acerquemos con toda confianza.
Gedeón al reconocer que el ángel del Señor le había visitado ya no le hizo caso a sus inseguridades, al principio decía: “Perdón, Señor mío; pero, ¿cómo voy a salvar yo a Israel? Mi familia es la más pobre de la tribu de Manasés y yo, el más pequeño de la casa de mi padre…” después fue capaz de escuchar la promesa del Señor que le aseguraba su compañía, “yo estaré contigo…”
Jesús también nos dijo eso: «yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (cf. Mt 28, 20) ¿qué necesitamos para creerle? ¿Qué más le hace falta hacer por nosotros para que confiemos? Espíritu Santo no permitas que nada nos haga dudar de tu compañía y tu poder, conviértete en nuestra mayor riqueza, que no pongamos nunca nuestra confianza en lo material. “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los cielos”
(P. JLSS)
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