(Nn 12, 1-13 / Sal 50 / Mt 14, 22-36)
Cuando uno tiene puesta su atención en Dios, cuando está aguardando su acción y le conoce, no se deja impresionar por las apariencias ni se andará preocupando demasiado por la vida del otro. Quien presta demasiada atención a lo ajeno, corre el riesgo de haber dejado de ver lo propio, aquello que necesita trabajar.
En la primera lectura escuchamos como Aaron y María criticaron a Moisés, no les importó nada más que su opinión, ante la acción de Moisés, como si ellos fueran superiores, siempre la falsa idea de superioridad nos va a hacer que critiquemos en lugar de que cambiemos.
La fe cristiana tiene como fundamento el amor que Dios nos ha manifestado en Jesucristo, ese amor que no depende de nosotros mismos sino de Él, por ello nos viene perfecto el pasaje del Evangelio en el que Pedro camina por el agua, es hasta que piensa en lo ilógico o en las imposibilidades que comienza a hundirse.
Prestemos atención a quien nos llama, a quien nos ofrece el amor y la gracia, esto no depende de nuestras cualidades sino de Él. Digámosle “por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados.” Reconozcamos que no se trata de hacer mucho sino de dejar que Dios haga mucho en nosotros, dejarnos amar por Él.
(P. JLSS)
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