(Miq 7, 14-15. 18-20 / Sal 85 / Mt 12, 46-50)
“¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”… muchos han querido interpretar este pasaje del Evangelio a su conveniencia, viendo en el mismo un supuesto desprecio de Jesús a sus parientes cuando, en realidad, lo que el Señor hace es aprovechar este evento para enseñar que el amor que tiene por la gran «familia cristiana» supera los lazos naturales.
El Señor está libre de apegos desordenados el nos ama, ha tomado la firme determinación de procurar nuestro bien ¿por qué? Porque así lo ha querido, por pura misericordia, no nos queda más que exclamar las palabras del profeta Miqueas: “¿Qué Dios hay como tú, que quitas la iniquidad y pasas por alto la rebeldía de los sobrevivientes de Israel? No mantendrás por siempre tu cólera, pues te complaces en ser misericordioso”.
Si estás pasando por algo que te esté haciendo dudar de este inmenso amor, quizá lo que te haga falta es hacer un poco de silencio y presentarle eso con todas sus letras, con todo lo que te genera y decirle a Dios que te muestre su misericordia, que te permita experimentar su amor en medio de toda esa situación. Escucharle más a Él que a tus problemas.
No nos dejemos distraer por nada, sea negativo o positivo, Jesús aprovechó una visita de sus familiares para mostrar su interés por nosotros, no permitió la distracción; pero tampoco lo hizo en la Cruz cuando invadido por el sufrimiento seguía acudiendo a Dios. Por ello, te pedimos Espíritu Santo que nos des la capacidad de estar más atentos a la Palabra que a cualquier otra cosa, confiando en las palabras del Señor, “El que me ama cumplirá mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él”.
(P. JLSS)
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