(Is 7, 1-9 / Sal 47 / Mt 11, 20-24)

“Hagámosle caso al Señor, que nos dice: «No endurezcan su corazón»”. No hay nada peor que un corazón endurecido porque al igual que no dará amor puro, tampoco está dispuesto a recibirlo (aun cuando éste piense que si). ¿Cómo está tú corazón? ¿Permites que el Señor lo conmueva o ya no?

Quien confía en Dios, quien le sabe su protector, no debería permitir jamás que el miedo, la incomprensión o las dificultades le llevaran a cerrarse… tampoco debería permitir que una supuesta autosuficiencia lo hiciera. Quien confía en Dios sabe que debe estar sereno, Dios tiene el control de todo.

Bien se nos podría decir a ti y a mi las palabras que el profeta Isaías le dice a Ajaz: “Mantente alerta, pero tranquilo. No le tengas miedo a ese par de tizones humeantes; no te acobardes…” ni ante la cólera de nadie ni ante amenaza alguna. Contamos con Dios, no estamos solos.

Recordemos todo lo que Dios ha hecho en nosotros, pidámosle al Espíritu Santo que nos inflame de su amor para lograr tener un corazón agradecido, no vaya a ser que se nos pudiera reclamar: ¡Ay de ti…! porque si en aquel que tanto criticas o te cae mal “se hubieran realizado los milagros que se han hecho en ustedes, hace tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza.” Correspóndanos a lo que se nos ha dado, no nos centremos sólo en lo que nos falta.

(P. JLSS)