(Os 8, 4-7. 11-13 / Sal 113 / Mt 9, 32-38)

Tras escuchar la curación de la hija de Jairo y la mujer hemorroísa, se nos presenta este pasaje del Evangelio en el que se nos recuerda un gesto muy bello del Señor, “Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor.”

¿Aceptas tu cansancio? ¿Aceptas aquello en lo que te estás sintiendo desamparado? Muchas cosas pueden hacer que nos distraigamos y quitemos al Señor del centro de nuestras vidas, muchos problemas y situaciones difíciles nos sobrepasan, es allí cuando debemos dejar que Jesús se acerque y se involucre.

Cuando nos distraemos nos pasa como al pueblo de Israel, comenzamos a hacer cosas que sabemos que no nos convienen o solo nos distraen, al que el profeta Amós reprocha de parte de Dios el olvidarse de sus prodigios y deseos de bien para ellos: “Aunque yo les escribiera todas mis leyes, las ignorarían como si fueran de un extraño”.

Pidamos a Dios que por medio del Espíritu Santo nos dé la fortaleza para estar siempre dispuestos a dejar que nos ayude, a que se involucre con nosotros en cada momento de nuestras vidas. Que nuestra atención esté completamente puesta en Él, en su amor y poder, que siempre le consideremos nuestro auxilio y escudo. ¡Con él a nuestro lado jamás tropezaremos! (Cf. Sal 16).

(P. JLSS)