(Sir 2, 1-13 / Sal 36 / Mc 9, 30-37)
Ayer pedíamos al Señor que nos diera el don de la sabiduría para actuar e interpretar lo cotidiano teniendo en cuenta su voluntad diciéndole junto al personaje del Evangelio «Creo, Señor; pero dame tú la fe que me falta». Hoy le pediremos que esta fe llegue también con el don de la fortaleza.
Jamás debemos olvidar las recomendaciones del libro del eclesiástico: “Hijo mío, si te propones servir al Señor, prepárate para la prueba; mantén firme el corazón y sé valiente; no te asustes en el momento de la adversidad. Pégate al Señor y nunca te desprendas de él, para que seas recompensado al fin de tus días.” Cuando las cosas se ponen difíciles en el único sitio que vale la pena aferrarnos es en él.
Cuando uno se deja confundir con lo que Pablo llama la «sabiduría según los criterios del mundo» rechazará todo aquello que atente con aquella falsa imagen que de sí mismo que se haya creado, nuestro mayor valor es la dignidad de ser creaturas e hijos adoptivos de Dios. Nada nos debe de importar mantener más que esto. “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.”
Padre líbranos de toda soberbia, que ningún puesto, título o cargo nos importe más que nuestra dignidad, libertad y paz. Ayúdanos a tener nuestra confianza sólo en ti (Cf. Mt 20, 25-27). Que nada nos haga dudar de las palabras del salmo, “la salvación del justo es el Señor; en la tribulación él es su amparo; a quien en él confía, Dios lo salva de los hombres malvados.”
(P. JLSS)
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