(Hch 7, 51-8, 1 / Sal 30 / Jn 6, 30-35)
Ayer nos preguntábamos porqué seguíamos a Jesús, hoy la palabra nos invita a reflexionar qué tanto condicionamos nuestro seguimiento. La gente que seguía a Jesús hoy le pregunta “…¿Qué señal vas a realizar tú, para que la veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras?”, todo lo vivido hasta entonces (curaciones, multiplicación de los panes, caminata sobre el agua, etc.) no bastaba.
Debemos evitar tener una actitud como la de los judíos de tiempos de Jesús, quienes fácilmente exigían milagros como garantía para creer en algo/alguien, si creemos en Jesús y en su obra salvadora ¿qué mayor milagro queremos? Dios, en su infinita misericordia, ha dejado patente su amor y cercanía en Jesucristo.
Esta actitud de búsqueda de “garantías” para creer es reprendida, incluso por San Pablo, «así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (1Cor 1, 22); debemos centrar nuestra fe en Cristo, quien hace esto buscará siempre la unidad, quien se entretiene con otras cosas comenzará a crear división, bandos, celos…
Los mártires nos enseñan que la grandeza del Evangelio y del amor de Dios supera todo, Esteban, cuya vida estuvo centrada en el amor de Dios, fue capaz de decir antes de morir «Señor, no les tomes en cuenta este pecado», Espíritu Santo rompe en nosotros todo resentimiento y falta de autoestima, rompe en nosotros toda autoreferencialidad y haznos capaces de vivir conscientes de tu amor y en la libertad que éste nos da.
(P. JLSS)
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