(1Sm 16, 1-13 / Sal 88 / Mc 2, 23-28)
Cuánto bien nos haría que nos uniéramos a las intenciones que san Pablo comparte a los Efesios: “Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes, para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento…” porque muchas veces son solos nuestras ideas las que limitan la acción de Dios.
En la elección del Rey David podemos reconocer una cualidad de Dios, “El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”, Dios no es prejuicioso, nos ofrece todo lo que necesitamos para estar mejor porque nos ama infinitamente porque somos suyos.
Nuestra vida de fe debe estar fundamentada en el inmenso amor que Dios nos ha manifestado en Jesucristo, nuestro esfuerzo debe estar puesto en configurarnos a ese don para corresponder y actuar conforme a ello, es decir, buscando corresponder al amor de Dios en mi vida amándome y amando a los demás.
Dios nos conceda la humildad para reconocer que su amor es más fuerte que nuestras debilidades, que su deseo de nuestro bien es mayor que nuestros criterios (cfr. 1Cor 1, 25), nuestros criterios se deben regir por el amor y no por meros criterios o costumbres humanas, ya que “el sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado. Y el Hijo del hombre también es dueño del sábado…”
(P. JLSS)
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