(Gal 4, 22-24. 26-27. 31–5, 1 / Sal 112 / Lc 11, 29-32)
“Hagámosle caso al Señor, que nos dice: «No endurezcan su corazón…»” con estas palabras del salmo en mente iniciamos nuestras reflexiones de esta semana, el Evangelio nos ha traído el mensaje de amor, serenidad paz y libertad, que Dios nos da y ofrece ¿estamos dispuestos a recibir este don?
Pablo exhorta a los gálatas a no someterse a la esclavitud de la ley cuando han sido llamados a la libertad de la gracia, pone un ejemplo maravilloso el de los dos hijos de Abraham: uno hijo de la ley y el otro de la promesa. Allí está la clave, hay que reconocer que la promesa hecha por el Padre en el pasado nos la ha cumplido en Jesucristo (cf. Hch 13, 32 ss.; Rm 4, 13).
Debemos creer que el amor de Dios se nos ofrece particularmente a nosotros independientemente de nuestras acciones, sino por los méritos del Hijo, su amor nos hará mejores personas, no el cumplimento de preceptos. “Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud.”
Dejémonos impresionar por el amor de Dios, Jesús en el Evangelio, llama perversos a los que buscaban una señal espectacular cuando ya le tenían a él entre ellos, alguien que anunciaba algo más grande que lo anunciado por Jonás: Dios nos ama y quiere nuestro bien. Alabemos a Dios con palabras semejantes a las del salmo: “¿Quién hay como el Señor? ¿Quién iguala al Dios nuestro, que tiene en las alturas su morada, y sin embargo de esto, bajar se digna su mirada para ver tierra y cielo?”
(P. JLSS)
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