(Ef 2, 1-10 / Sal 99 / Lc 12, 13-21)
Ayer se nos hacía la invitación a dos cosas concretamente: confiar en Dios y orar constantemente. Este día la palabra nos habla de cuál es nuestra mayor riqueza, Jesucristo. El amor y la misericordia de Dios que encierra la obra de salvación es algo que jamás debe dejar de impresionarnos.
Desgraciadamente hemos crecido en un tiempo en el que se nos ha educado a que según sea nuestra producción así será nuestro valor y no es cierto; idea totalmente contraria a la enseñanza de Jesús: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea…” ¿en qué tiene puesta tu confianza?
No fue por ningún mérito nuestro, sólo por gracia, mediante la fe, “por pura generosidad suya, hemos sido salvados… Así, en todos los tiempos, Dios muestra por medio de Cristo Jesús, la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros”, permitamos que esta generosidad produzca frutos en nosotros.
“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”, debemos reconocer que el único apego debe ser a Dios, a su amor y a su gracia. Todo lo demás se nos dará por añadidura, no temamos, no amontonemos riquezas hagámonos ricos pero de aquello que vale delante de Dios. Disfrutemos la vida como Personas que somos, no vivamos como maquinas. ¿De qué sirve amontonar si nunca se va a disfrutar?
(P. JLSS)
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