LUNES – SEMANA XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(1Cor 2, 1-5 / Sal 118 / Lc 4, 16-30)

¿Cuál es nuestra actitud respecto a la palabra de Dios? ¿La escuchamos y dejamos que produzca cambios en nosotros? El mensaje de Jesús es bellísimo completo, lo que nos agrada y lo que nos incomoda, por eso hay que aceptarle con docilidad para que su cambio estable.

Los personajes del Evangelio pasaron de darle su aprobación y de admirar la sabiduría del Señor a quererle despeñar solo por no hacer milagros, como les sucede a muchos que para prestar atención o intentar abrir el corazón al mensaje del Señor primero quieren un milagros. ¿Cómo obrará algo Dios en nosotros si se lo pedimos dudando?

La sabiduría y el poder de Dios nos capacita para lograr hasta lo imposible, debemos evitar con todas nuestras fuerzas prestar mayor atención a las supuestas amenazas que a Él, como dice el salmo “Soy más prudente que todos mis maestros, porque medito tus preceptos. Soy más sagaz que los ancianos, porque cumplo tus leyes.”

Sigamos el ejemplo y testimonio de san Pablo que reconoce haberse presentado «débil y temblando de miedo», pero con algo claro: “no busqué hacerlo mediante la elocuencia del lenguaje o la sabiduría humana, sino que resolví no hablarles sino de Jesucristo, más aún, de Jesucristo crucificado.” No buscaba mera retórica sino llevar a Dios. Que la palabra de Dios ilumine nuestros corazones para no andar malinterpretando la realidad. No estamos solos, contamos con el poder de Dios.

(P. JLSS)

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