(Is 1, 10-17 / Sal 49 / Mt 10, 34-11, 1)

“Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento.” Con estas palabras nos preparábamos el día de ayer para la escucha del Evangelio y seguirá resonando en la palabra durante toda la semana porque quien se sabe amado por Dios debe añorar estar con Él.

Se trata de no dejarse distraer y tener siempre puesta la mirada en Él, no dejarnos distraer por nada, por ninguna circunstancia o situación que no podamos entender, su llamado no es sinónimo de ausencia de dificultades, es seguridad en la meta que se aspira alcanzar. El mismo Señor nos lo dijo: “No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la guerra.”

Todas las acciones de nuestra vida de fe y de piedad deben ser motivadas por el inmenso amor que Dios ya nos ha manifestado, es el mismo reclamo que se le hará al pueblo de Israel, el profeta les hace reflexionar sobre su conducta, se la pasaban practicando su fe externamente, sin intenciones de cambiar nada.

Pidámosle al Espíritu Santo que se manifieste en nuestras vidas con toda libertad, que le dejemos actuar y vuelva a ser él en nuestras vidas la mayor seguridad. Que dejemos todo falso refugio anhelando disfrutar eternamente a su lado. ”El que salve su vida, la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.”

(P. JLSS)