(Is 1, 10-17 / Sal 49 / Mt 10, 34-11, 1)
La meditación de este día podría fundamentarse en una frase del Salmo: “¿Por qué citas mis preceptos y hablas a toda hora de mi pacto, tú, que detestas la obediencia y echas en saco roto mis mandatos?” y en qué tanto se nos podría aplicar a nosotros la misma. Dios no debe quedarse en pura teoría o en mero cumplimiento.
Ya desde el Antiguo testamento se nos ha enseñado lo primordial de la caridad, Isaías le reclama al pueblo su incongruencia, por un lado, ofrecen muchos sacrificios a Dios y, por el otro, oprimen a sus hermanos; por ello les dirá: “Lávense y purifíquense; aparten de mí sus malas acciones. Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien, busquen la justicia, auxilien al oprimido, defiendan los derechos del huérfano y la causa de la viuda.”
Así también nosotros debemos dejar que el Espíritu Santo nos conduzca y no limitarle ni por el miedo, ni por la incertidumbre, ni por la incomprensión, mucho menos por la comodidad, quien sigue al Señor se sabe capacitado para obrar el bien y para salir adelante, es consciente de las palabras del Señor: “No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la guerra.” Quien ha decidido seguir al Señor debe estar preparado para la prueba (Cf. Sir [Eclo] 2, 1).
Por eso, Padre, te pedimos que nos concedas la fortaleza necesaria para perseverar sin miedo, que vivamos confiados en tu gracia y Misericordia, que tu amor se nos note. No queremos ser cristianos de nombre solamente. Enséñanos a ser agradecidos y a procurar actuar siempre conforme a tu voluntad.
(P. JLSS)
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