(Os 2, 16.17-18. 21-22 / Sal 144 / Mt 9, 18-26)

Escuchamos en el Evangelio la curación de la mujer que padecía flujo de sangre y la reanimación de la hija del jefe de la sinagoga (Jairo) ambos personajes confían mucjo más en el poder de Jesús que en sus angustias y preocupaciones ¿cómo está tu fe? ¿Es mayor que el poder que le das a tus angustias y preocupaciones?

Confiemos en Dios, al enviar a su Hijo nos ha querido manifestar la magnitud de su amor, lo mucho que nos ha amado y que quiere salvarnos no condenarnos (cf. Jn 3, 16-17), dejando claro que “es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar.”

Qué hermoso poder experimentar como Dios procura nuestro bien, como se cumplen en nuestras vidas las palabras de Oseas, que tras un paso por el desierto necesario, reconoceremos nuestra necesidad de Dios y le prestaremos atención y responderemos, “Nos uniremos en la justicia y la rectitud, en el amor constante y la ternura; yo te desposaré en la fidelidad y entonces tú conocerás al Señor”.

El desierto en la Sagrada Escritura, representa un tiempo de purificación, de meditación y encuentro con Dios, junto con las inclemencias y dificultades que este trae, sin embargo nosotros sabemos que con Dios saldremos vencedores de todo ello. Dios nos conceda la gracia de no dejarnos distraer por la dificultad y seamos siempre capaces de elevar nuestra mirada hacia Él. “Jesucristo, nuestro Salvador, ha vencido la muerte y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio.“

(P. JLSS)