(Gn 4, 1-15. 25 / Sal 49 / Mc 8, 11-13)
Este día la palabra nos invita a cuestionarnos acerca de la razón por la cual buscamos a Jesús ¿le pedimos algo en la oración porque reconocemos su poder y su amor o lo hacemos para ponerle a prueba cómo los fariseos? Los fariseos, por estar tan acostumbrados a «cumplirle» a Dios por la ley, están cerrados a la misericordia.
Quien vive su relación con Dios solamente basado en el cumplimiento de preceptos o evitando «lo que no se debe hacer», corre el riesgo de generar en sí mismo una forma de pensar muy farisea… cerrada a la novedad y cómo creen estarle cumpliendo a Dios, en lugar de meditar en aquello que deben mejorar, se la pasaran juzgando a los demás como si fueran perfectos.
Quien se hace soberbio es capaz de permitir cualquier injusticia con tal de no cambiar, eso le pasó seguramente a Caín, sintió que las cualidades de su hermano Abel eran una amenaza para él, le genera un enojo inexplicable, prefiere matarle a soportar su bondad ¿le encuentras algo de lógica a esto? Y, como todo pecador, prefiere esconderse de Dios.
Pidámosle a Dios que nos dé la capacidad para reconocer aquello que debemos mejorar en nosotros mismos, antes que querer cambiar a los demás. Aferrémonos a Cristo y a la misericordia de Dios, dejemos que ésta nos transforme; en lugar de preocuparte tanto por «cumplirle a Dios» pregúntate si la manera en que vives manifiesta a una persona que se sabe amada y salvada por Dios o no. Padre bueno, transformamos con tu amor.
(P. JLSS)
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