(Gn 1, 1-19 / Sal 103 / Mc 6, 53-56)

Para poder confiar en el poder de Dios sin titubeos debemos esforzarnos más por reconocer su obra y su poder, dejarnos sorprender, llegar a experimentar en lo más profundo de nuestro ser, el gozo que se expresa en el salmo, en el que el autor se cuestiona después de «ver el cielo, obra de sus dedos, la luna y las estrellas, ‘¿qué es hombre para que te acuerdes de él?’» (cf. Sal 8, 4-5)

Contemplar la obra de Dios debería bastarnos para sobrecogernos de asombro, para estremecernos de su amor por nosotros; y no sólo eso, después de la Encarnación de nuestro Señor, ha dejado patente la aceptación que tiene de nuestra naturaleza y de lo que es capaz por nosotros. Por amor a ti y a mi, Dios vence toda lógica humana.

Hemos escuchado en el Evangelio que “A dondequiera que llegaba, en los poblados, ciudades o caseríos, la gente le ponía a sus enfermos en la calle y le rogaba que por lo menos los dejara tocar la punta de su manto; y cuantos lo tocaban, quedaban curados.” Ahora valdría la pena preguntarnos de qué manera nos acercamos a Jesús,¿como quien cree en Él o como quien le pone a prueba para creerle?

Padre, gracias por todo lo que nos has dado, te alabamos y te bendecimos por tu creación. Les invito a que en un momento de silencio hagan la siguiente oración: «Dios todopoderoso y eterno, que en todas las obras de tu amor te muestras admirable, concédenos comprender que la redención realizada por Cristo, nuestra Pascua, es una obra más maravillosa todavía que la misma creación del universo.» (Oración después de la primera lectura de la Vigilia Pascual)

(P. JLSS)