(Is 7, 10-14 / Sal 66 / Gal 4, 4-7 / Lc 1, 39-48)
Esta semana en la que se nos invita a dar y estar al pendiente del testimonio de la presencia de Dios que nos rodean, cae muy bien la Solemnidad de Nuestra Señora Guadalupe, ya que el misterio guadalupano es un hito histórico en nuestro país y continente, razón por la cual deberíamos rebozar de alegría.
Nuestra actitud ante este hecho debería ser de regocijo y admiración, debería hacernos experimentar una actitud semejante a la de Santa Isabel, quien al reconocer la cercanía de la Virgen María llena del Espíritu Santo exclama: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?”
A cada acontecimiento importante le debemos permitir marcar nuestras vidas, y cuando se trata de acontecimiento como el de Guadalupe, no es la excepción, son momentos en los que podemos ver cumplidas las palabras del Apóstol: “Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abbá!», es decir, ¡Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.”
Permitamos a la virgen de Guadalupe que se acerque a nuestras vidas y pidámosle que interceda por nosotros para que se acabe todo miedo, tristeza e incertidumbre. Que el saberle cerca también nos haga recordar sus palabras: «No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre?»
(P. JLSS)
0 Comments