(Dn 9, 6-10 / Sal 78 / Lc 6, 36-38)
A nuestro Señor le interesa más que hagamos procuremos hacer el bien, que andemos por la vida sólo evitando el mal. Las palabras del Señor: “Porque con la misma medida con que midan, serán medidos…” deben hacer que nos preguntemos cómo hemos medido a los demás.
Si queremos saber cómo debemos medir a nuestros hermanos debemos aceptar cómo nos ha querido medir Dios, no desde la superioridad sino poniéndose a nuestra altura, compadeciéndose de nosotros y ofreciéndonos la posibilidad de ser libres y de compartir nuestra libertad con los demás.
Se necesita reconocer la grandeza de la misericordia de Dios en uno mismo, para comprender completamente la invitación del Señor a «ser misericordiosos como nuestro Padre celestial es misericordioso» y así ser capaces de compartirla con los demás. Si yo soy amado profundamente por Dios y fui perdonado por él ¿qué me hace creer el otro no puede serlo?
Dejémonos impresionar de nuevo por el amor de Dios, y digámosle junto al salmista: “no recuerdes, Señor, contra nosotros las culpas de nuestros padres. Que tu amor venga pronto a socorrernos, porque estamos totalmente abatidos.” Que no pongamos obstáculos a tu amor.
(P. JLSS)
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