(Dt 8, 2-3. 14-16 / Sal 147 / 1Cor 10, 16-17 / Jn 6, 51-58)
El Jueves Santo, cuando conmemoramos la cena del Señor, recordamos tres cosas fundamentales de ese día: el lavatorio de los pies, el mandamiento del amor y la institución de la Eucaristía y el sacerdocio ministerial. Ese día la invitación es a reconocer el inmenso gesto del Señor de perpetuar su sacrificio y entrega por nosotros en ese admirable Sacramento.
Podríamos decir que el Jueves Santo se nos invita cuestionarnos «qué tanto reconocemos todo lo que implica este don», este día en el que celebramos propiamente este don, lo que debemos cuestionarnos muy seriamente es «que tanto aprovechamos este don». Jesús mismo lo dijo: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida.” ¿Hace cuanto no comulgas sacramentalmente?
La Eucaristía es «fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia». Nosotros confesamos que “cuando comemos su carne, inmolada por nosotros, quedamos fortalecidos; y cuando bebemos su sangre, derramada por nosotros, quedamos limpios de nuestros pecados” (Prefacio de este día). No debería existir ningún cristiano católico acostumbrado a no comulgar, deberíamos estar hambrientos de entrar en esa intimidad.
Dejemos que las palabras de San Pablo nos confronten: “Hermanos: El cáliz de la bendición con el que damos gracias, ¿no nos une a Cristo por medio de su sangre? Y el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de su cuerpo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.” ¿Qué te limita a buscar la comunión? Si son tus prejuicios, déjalos a un lado y acepta el don. Todo regalo se acepta o rechaza según el valor que se le dé.
(P. JLSS)
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