(Ez 36, 23-28 / Sal 50 / Mt 22, 1-14)

Siempre me ha llamado la atención como al ser humano le es más difícil creer en las noticias positivas que en las negativas. Hay más probabilidades que te muevas para que no se cumpla algo si se te avisa de una amenaza que si alguien te avisa de una oportunidad grandísima; En la primera, se actúa por si las dudas, en la segunda si se duda se mantendrá inmóvil.

Como pasa también con el Evangelio, si alguien predica mucho sobre el amor de Dios solamente puede llegar a aburrir, incluso hasta provocar desconfianza de este mensaje en quien solo busque lo emocionante, alejándose de Cristo y recurriendo solo a “espectáculos” que tratan sobre Él pero que no llevan a Él.

Nosotros seguimos a Jesucristo, que nos ha manifestado en la cruz el amor que nos tiene, este misterio nos debe llevar a exclamar “Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu” y procurar no endurecer nuestro corazón para que surjan el frutos de su amor en nuestras vidas.

Desconfiemos de lo espectacular si no tiene a Dios como protagonista, aceptemos el amor que se nos manifiesta en la sutileza del misterio del verbo encarnado y dispongámonos a la acción del Espíritu Santo para que se cumplan en nosotros las palabras del profeta: “Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Les infundiré mi espíritu y los haré vivir según mis preceptos, y guardar y cumplir mis mandamientos.” Todo a su tiempo, con serenidad y paz, no nos desesperemos.

(P. JLSS)