(Jer 2, 1-3. 7-8. 12-13 / Sal 35 / Mt 13, 10-17)

“Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla”, en esta frase del Señor que hemos escuchado en el Evangelio encontramos la clave para poderle presentar al Señor nuestro corazón como «tierra buena» donde su palabra pueda germinar con libertad, ser sencillos.

Sencillo, según el diccionario, es algo «que está formado por un solo elemento, y no compuesto de varios; que carece de ostentación y adornos» entre otras acepciones, sin embargo con estas dos nos podemos ayudar para cuestionarnos acerca del estado de nuestro corazón frente a la palabra de Dios y a su amor ¿sigue abierto y dispuesto a recibirle?

Esta pregunta nos la tenemos que hacer continuamente, no sólo aquellas personas que pudiéramos considerar que están lejos de Dios, más aún los que nos podemos considerar cerca nos la debemos hacer más seguido. Para los primeros debería resonarles las palabras del Señor: “este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos… Porque no quieren convertirse ni que yo los salve”; para los segundos, la primera lectura, “dos maldades ha cometido mi pueblo: me abandonaron a mí, manantial de aguas vivas, y se hicieron cisternas agrietadas, que no retienen el agua.”

Por eso hoy, pidámosle a Dios la capacidad de soltar todo aquello que nos aleja de él y que somos conscientes de que nos limita, dejar de disfrazar como positivo aquello que sabemos que no lo es. Pidamos no echar en saco roto su gracia (cf. 2Cor 6, 1-2). “Prolonga tu misericordia con los que te reconocen y tu justicia con los rectos de corazón”.

(P. JLSS)