(Os 11, 1-4. 8-9 / Sal 79 / Mt 10, 7-15)

¿Qué tan dispuestos estamos a dejarnos amar por Dios? Esta puede parecer una pregunta de respuesta obvia, sin embargo, la respuesta no es siempre afirmativa, sea por miedo, por desconfianza, por incredulidad. Teóricamente sabemos que tenemos un Padre celestial que se preocupa de nosotros ¿nos da seguridad esto?

Desde los tiempos del profeta Oseas se ha venido manifestando el amor y la ternura de Dios sobre los suyos: “Yo los atraía hacia mí con los lazos del cariño, con las cadenas del amor. Yo fui para ellos como un padre, que estrecha a su criatura y se inclina hacia ella para darle de comer…” y los suyos no lo quisieron comprender.

Ahora nosotros, que decimos creer en la inmensa manifestación de su amor hecha en nuestro Señor Jesucristo ¿podríamos decir que se nos nota que tenemos nuestra confianza en Él y preferimos su amor a cualquier otra cosa? La invitación que hace a los apóstoles en el Evangelio es a confiar en su providencia y buscar repartir la paz.

Pidamos a Dios estas dos cosas, confiar más en su providencia y vivir en la paz que Cristo nos da, no vivamos en el temor, pidamos al Espíritu Santo la serenidad que necesitamos para continuar, recordemos las palabras que Dios nos dirige hoy: “Mi corazón se conmueve dentro de mí y se inflama toda mi compasión.”

(P. JLSS)