(1Sm 4, 1-11 / Sal 43 / Mc 1, 40-45)
¿De qué manera nos acercamos a Dios? ¿Cómo hijos confiados o como si de un milagrero se tratara? La pregunta la hago directa porque muchos de nosotros por no tener presente todo lo que Dios ya ha hecho por nosotros creemos que algunas de las cosas que no entendemos son suficiente para “desilusionarnos” de Él.
El pueblo de Israel, muchas veces cayó en el error de ya no valorar lo que Dios obraba en medio de ellos y sólo recurría a él cuando la necesitaba para algo extraordinario, mientras había una aparente calma, no se acordaba de Él ¿nos pasará igual? No estoy diciendo que no acudamos a Dios en la necesidad, estoy diciendo que si reconociéramos su acción quizá no le daríamos tanta fuerza a los que nos roba la paz.
El leproso del Evangelio, acudió a Jesús abandonado en su poder y de rodillas le dice: “Si tú quieres, puedes curarme”, el evangelista es cuidadoso en decirnos que Jesús se compadece de Él, lo que nos hace suponer que no se acerca incrédulo sino abandonado; por ello, no solo obtiene la curación sino que el Señor le restituye su dignidad, lo toca y lo cura. El enfermo también se dejó tocar…
Acerquémonos al Señor reconociendo su poder, presentémosle lo que nos aqueja sin justificaciones, abandonados a su ayuda y dejemos que se involucre en nuestras dificultades él hará que de lo que pudiéramos interpretar como fuente de tristeza se conviertan en lugares de encuentro y bendición. Dejémonos tocar, Él quiere que estemos sanos.
(P. JLSS)
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