(Hch 3, 11-26 / Sal 8 / Lc 24, 35-48)

“Qué admirable es, Señor y Dios nuestro, tu poder en toda la tierra! ¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes; ese pobre ser humano, para que de él te preocupes?” Estas palabras o algunas semejantes son las que deberían surgir por la Pascua en cada uno de nosotros. Jesucristo ha vencido a la muerte y con él contamos.

Pedro y Juan tenían bien claro el poder de Dios, le sabían omnipotente y se sabían sólo un instrumento, no buscaban protagonismo sino anunciar al Señor; así lo aclara Pedro: “El nombre de Jesús y la fe en él es lo que ha robustecido los miembros de este hombre al que están viendo y todos conocen. Esta fe es la que le ha restituido completamente la salud, como pueden observar.” ¿Qué tanto invocas el nombre de Jesús?

En el Evangelio hemos escuchado cómo después de su encuentro con Jesús, los dos discípulos que iban a Emaús, van a contarlo a los apóstoles se encuentran también con Jesús, que se aparece en medio de ellos deseándoles la paz, eso es una característica de quien confía en el Señor y en su poder, no se deja dominar ni por la euforia ni por la tristeza excesiva.

¿Cómo está tu vida en estos momentos? ¿Hay serenidad en ella? Invoca al Señor Jesús, acude a Él reconociendo su poder y que quiere ayudarte, no quiere que permanezcamos presos de ningún sentimiento negativo, nos quiere conscientes de su amor que es más fuerte que la muerte y dóciles a su gracia. Para nosotros “ha resucitado Dios a su siervo y lo ha enviado para bendecirlos y ayudarlos a que cada uno se aparte de sus iniquidades”. Solos quizá no podamos con algo, con la gracia del Señor si podemos.

(P. JLSS)