Homilía del III DOMINGO DE PASCUA

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67 En las lecturas bíblicas de hoy resuena dos veces la palabra «testigos»… La primera cuando Pedro –después de la curación del paralítico ante la puerta del templo de Jerusalén– exclama: «Han dado muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y de ello nosotros somos testigos». La segunda cuando Jesús resucitado, la tarde de Pascua, abre la mente de los discípulos al misterio de su muerte y resurrección y les dice: «Ustedes son testigos de esto»… Los apóstoles, que vieron con los propios ojos al Cristo resucitado, no podían callar su extraordinaria experiencia. Él se había mostrado a ellos para que la verdad de su resurrección llegara a todos mediante su testimonio. La Iglesia tiene la tarea de prolongar en el tiempo esta misión. Todos nosotros estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está vivo… Podemos preguntarnos: pero, ¿quién es el testigo? El testigo es uno que ha visto, que recuerda y que cuenta. «Ver», «recordar» y «contar» son los tres verbos que describen la identidad y la misión de la Iglesia y del cristiano… El contenido de su «testimonio» no es una teoría, no es una ideología o un complejo sistema de preceptos y prohibiciones o un simple moralismo. Es un mensaje de salvación, es un acontecimiento concreto, es una Persona: es Cristo resucitado, viviente y único Salvador de todos… Él puede ser testimoniado sólo por quienes han tenido una experiencia personal de Él, en la oración, a través de un camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su continua conversión en la Penitencia. Gracias a este camino, siempre guiados por la Palabra de Dios, podemos transformarnos en testigos de Jesús resucitado. Y nuestro testimonio será mucho más creíble cuando más transparente un modo de vivir evangélico, gozoso, valiente, humilde, pacífico, misericordioso… En cambio, si nos dejamos llevar por las comodidades, las vanidades o el egoísmo, ¿cómo podremos comunicar a Jesús vivo, cómo podremos comunicar la potencia liberadora de Jesús vivo y su ternura infinita? Que María, nuestra Madre, nos sostenga con su intercesión para que podamos convertirnos –con nuestros límites, pero con la gracia de la fe– en testigos del Señor resucitado, llevando a las personas que nos encontramos los dones pascuales de la alegría y de la paz. [Sintetizado de: Papa Francisco, Regina Coeli, 19-IV-2015].

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