(Dn 12, 1-3 / Sal 15 / Hb 10, 11-14. 18 / Mc 13, 24-32)
La semana pasada reflexionamos sobre la confianza a ejemplo de dos viudas una que comparte el único pan que le quedaba por hacer y la otra que deposita sus últimas monedas en el templo, demostrando que la confianza en la providencia era superior que sus propios criterios ¿qué es lo que más te cuesta de seguir al Señor? ¿Está puesta tu confianza en él o en qué?
La invitación de la Aclamación es clara: velar y orar para presentarnos sin temor ante el Hijo del hombre, es decir: no adormecernos ni conformarnos con las formas como estamos viviendo y recordar la necesidad de comunicarnos con Dios para tener claridad y poderlo poner en sus manos todo:
Quien vive confiado en Dios, no anda temiendo final alguno porque sabe que Dios está con él y que no le dejará desamparado por más que todo pudiera estar confundiéndonos; hay que orar para lograr percibir la acción de Dios en toda circunstancias, confiados en que «podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero las palabras del Señor no dejarán de cumplirse».
Que Dios nos conceda prestar más atención en nuestra meta que es alcanzar la vida eterna, quien regresa no es un enemigo. Quien regresará es un amigo que fue capaz de dejarse matar por ti y por mi. solo se nos pide corresponder a ese amor, cosa que no podemos hacer si primero no nos serenamos. Sigamos el ejemplo de la higuera, “Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca.” Pudiera ser de que te “verano/inviernos” de nuestras vidas Dios saqué muchos frutos buenos, no nos desesperemos.
(P. JLSS)
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