(Is 25, 6-10 / Sal 22 / Flp 4, 12-14. 19-20 / Mt 22, 1-14)
Cimentar nuestras vidas en Jesucristo fue la invitación que se nos hacía la semana pasada, esta semana la palabra nos invita a reconocer que quizá por nuestros criterios o maneras de juzgarnos a nosotros mismos se nos dificulte aceptar el inmenso amor que Dios nos tiene, por ello tenemos que tener al Señor en el horizonte, porque tanto nos a amado Dios que lo envío para salvarnos, no para juzgarnos (cf. Jn 3, 16-17).
Una vez que aceptemos el inmenso don de su misericordia podremos decir con plena serenidad las palabras del salmo: “por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad.” El nivel de tu miedo indicará también la confianza que tienes en él.
San Pablo nuevamente nos da cátedra de confianza en Dios cuando les dice a los filipenses, “Estoy acostumbrado a todo: lo mismo a comer bien que a pasar hambre; lo mismo a la abundancia que a la escasez. Todo lo puedo unido a aquel que me da fuerza.” No nos soltemos del Señor, si decimos confiar en Él debemos vestirnos con el traje de fiesta, si nos consideramos invitados al «banquete de bodas» se nos debe de notar.
Por ello hoy te queremos pedir Padre que envíes al Espíritu Santo para que «ilumine nuestras mentes, y así podamos comprender cuál es la esperanza que nos da tu llamamiento» de tal manera que no pongamos en riesgo lo que tú nos ofreces por puro miedo. «Tu bondad y tu misericordia nos acompañarán todos los días de nuestra vida; y viviremos en casa del Señor por años sin término» si te aceptamos.
(P. JLSS)
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