(Nm 11, 25-29 / Sal 18 / Sant 5, 1-6 / Mc 9, 38-43. 45. 47-48)
Quien tiene demasiado tiempo para mirar lo ajeno seguramente es porque está dejando de mirar lo interno; si el domingo pasado se nos hablaba de la envidia como un impedimento para seguir a Jesús, hoy se nos presenta otro, los celos. Tanto el primero como el segundo distraen nuestra atención.
Mientras que la envidia nos lleva a reconocer los logros en los demás y sentirnos amenazados por los mismos, los celos nos llevarán a sentirnos ofendidos por lo que hagan los demás, aún cuando ni siquiera le hayan tomado en cuenta hacer determinada cosa.
Tanto en la primera lectura como en el Evangelio encontramos a personajes que quieren hacer callar a aquellos que están cumpliendo la voluntad de Dios, por el simple hecho de no ser del mismo grupito… a Jesús le importa que cumplamos su voluntad, no que andemos revisando qué tan bien o qué tan mal la está cumpliendo el prójimo. Si queremos prestar atención al otro, miremos que le hace falta y ayudémosle, no le juzguemos, ayudemos…
“Presérvame, Señor, de la soberbia, no dejes que el orgullo me domine; así, del gran pecado tu servidor podrá encontrarse libre.” Padre concédenos la libertad que proviene de la certeza de ser amados por ti, que nunca seamos ocasión de pecado para el otro y siempre busquemos conducir a nuestro hermanos. Líbranos de todos celos y soberbia.
(P. JLSS)
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