DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Is 50, 5-9a / Sal 114 / Sant 2, 14-18 / Mc 8, 27-35)

El domingo pasado fuimos invitados a preséntale al Señor nuestro corazón para que nos quitara lo sordos a su voz y lo tartamudos para comunicar su mensaje, hoy profundizando más este tema se nos invita a reconocer primero, quién es Él para los demás y quién es para nosotros.

En los momentos de dificultad de tu vida en los que has acudido al Señor ¿crees que te ha escuchado o ignorado? ¿Fuiste capaz de reconocer su respuesta o simplemente sientes que no hubo? Parte fundamental del Seguimiento del Señor es la aceptación de la cruz cuando se presenta teniendo siempre en el horizonte la resurrección. El Señor habló de resurrección con entera claridad a sus discípulos y ellos solo se quedaron con lo negativo.

En la pasión, muerte y resurrección del Señor nos queda patente la magnitud del amor que el señor nos tiene, al mismo tiempo la grandeza de su entrega y el poder de su amor que es superior a la muerte. Por ello en los momentos difíciles debemos recordar esto y perseverar como lo hizo él que aún en medio de los tormentos reconocía: “Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endurecí mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado”.

Nuestra preocupación debe estar en vivir nuestra fe, partiendo de lo grandioso que ha sido Dios con nosotros, teniendo presente el poder del Señor sobre la muerte y nuestra esperanza. No hagamos las pases con nada que pueda alejarnos de nuestra meta, Él mismo nos lo dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Que su ejemplo nos impulse a no renunciar, contamos con Él y con Él nada nos faltará.

(P. JLSS)

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