(Ex 32, 7-11. 13-14 / Sal 50 / 1Tim 1, 12-17 / Lc 15, 1-32)

La semana pasada reflexionábamos acerca de la «desolación» que podemos vivir en la vida de fe y del cuidado que debemos tener de no querer tomar decisiones cuando estamos atravesando por estos momentos. Hoy la Palabra nos invita a reconocer algo que me gustaría llamar “la espera de Dios”, él siempre está buscándonos.

¿Cuál es el mayor obstáculo con al que se puede enfrentar Dios y su misericordia? Nuestros prejuicios e ideas erróneas, nuestra desolación… siempre debemos tener presente que si Moisés pudo librar al pueblo de un castigo merecido por sus faltas, con cuanta mayor razón lo puede hacer Cristo que se entregó por nosotros. “Dios reconcilió al mundo consigo por medio de Cristo, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación.”

Cuando las autoridades de sus tiempos criticaban a Jesús por aceptar a los publicanos y pecadores, él no hizo otra cosa que hablar de lo misericordioso que es Dios, de cómo nos está buscando (como a la oveja, como a la moneda perdida) y nos está esperando como el padre hizo con su hijo sin importarle que hubiera despilfarrado sus riquezas, siempre le esperó. ¿Estamos dispuestos a dejarnos encontrar por él? Otra cosa, debemos aceptar que él conoce nuestro pasado, no debemos permitir que éste sea un limitante a su acción.

«Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero Cristo Jesús me perdonó, para que fuera yo el primero en quien él manifestara toda su generosidad y sirviera yo de ejemplo a los que habrían de creer en él, para obtener la vida eterna.» Aprendamos de san Pablo a interpretar la vida desde su experiencia de misericordia y jamás desde un pensamiento derrotista, él se acuerda de su pasado como impulso y no para utilizarle como pretexto para recaer.

(P. JLSS)