(Jos 24, 1-2. 15-17. 18 / Sal 33 / Ef 5, 21-32 / Jn 6, 55. 60-69)
El domingo pasado escuchamos la parte final del discurso del Pan de Vida donde Jesús nos habla sobre lo necesario que es comer su cuerpo (literalmente fágete/trógon) para tener vida eterna. Esto como un desenlace de lo que hemos escuchado Domingos anteriores: el padre, que compadecido remedia los males del pueblo y el hijo que sigue el ejemplo del Padre alimentándonos y nos pide seguir este movimiento.
El amor es algo recíproco. Es dar y ceder. La reciprocidad es la correspondencia mutua de una persona o cosa con otra. ¿Por qué seguimos a Jesús? ¿Cuál es la razón de buscarle todos los domingos? El pueblo de Israel hizo memoria y se decidió por Dios: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses, porque el Señor es nuestro Dios; Él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto….”
Hoy a ti y a mí el Señor también podría confrontarnos de la misma manera que hizo con los apóstoles, mientras los discípulos le abandonan por no entenderle, San Juan nos cuenta que, mientras todos se van, “Jesús les dijo a los Doce: «¿También ustedes quieren dejarme?”, no les ruega que nos de vayan, ellos han visto más cosas que los demás, han sido testigos de su poder no tienen razón para dudar. No se puede confiar y no confiar al mismo tiempo.
Por ello este domingo le vamos a pedir a Dios que se nos note que contamos con él, que confiamos en su gracia y que poseemos su amor, que manifieste en nuestra manera de amar. Así como el Padre nos dio a su hijo, el Hijo nos da su cuerpo como alimento, para que podamos repartir su amor y fuerza a los demás. Haciendo lo que nos toca simplemente y en los momentos de dificultad pedirle ayuda diciendo: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.”
(P. JLSS)
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