(Is 56, 1. 6-7 / Sal 66 / Rm 11, 13-15. 29-32 / Mt 15, 21-28)
El domingo pasado escuchamos la angustia que sentía San Pablo por la cerrazón del pueblo judío al Evangelio y nos cuestionábamos acerca de aquellas cosas por las cuales quizá nosotros también hubiéramos llegado a hacerlo, hoy la Palabra de Dios nos invita a dejar de lado esas razones equívocas y abrirnos a la misericordia.
Muchas veces la mayor limitación que ponemos para acercarnos a Dios son aquellas situaciones de pecado que nos mantienen alejados de Él, olvidándonos que es la gracia la que nos puede sacar de ellas. San Pablo nos recuerda que “Dios ha permitido que todos cayéramos en la rebeldía, para manifestarnos a todos su misericordia”. ¿Por qué no le entregas eso a Dios y te dejas amar libremente?
Conforme uno se va acercando a Dios, la misma gracia le irá exigiendo mayor humildad porque se va reconociendo su grandeza, dejemos que el Señor nos conduzca y ayude a crecer en la vida espiritual como a la mujer del Evangelio: primero, parece que el Señor la ignora y ella sigue perseverando; después pareciera que ignora hasta aquellos que interceden por ella y ella sigue; por último pareciera que el Señor la desprecia y es cuando su fe se purifica y habla desde su pequeñez al que todo lo puede… “también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”
Hoy, Señor, venimos a entregarte lo que somos conscientes de que frente a ti podemos creernos insignificantes, pero en Cristo nos has dejado claro lo inmensamente valiosos que somos para ti, no dejes que por escrúpulos nos cerremos a tu amor, que el Espíritu Santo nos dé la capacidad de vivir conforme al amor que nos tienes, gracias por querernos a tu lado. No permitas que nos alejemos por pereza espiritual.
(P. JLSS)
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