(Ecle 1, 2; 2, 21-23 / Sal 89 / Col 3, 1-5. 9-11 / Lc 12, 13-21)
Después de habernos enseñado el Señor a orar y dirigirnos a Dios como hijos que se saben amados, hoy se nos invita a poner nuestra vida y confianza en su amor y protección. «A buscar todos los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios y a poner todo nuestro corazón en los bienes del cielo; no en los de la tierra…»
«Buscar» y «poner» el corazón en los bienes de arriba… reconocer nuestra necesidad de hacer lo necesario por encontrar o hallarnos a Cristo y que ese anhelo nos haga anclarnos en el Señor, hacer que todo nuestro ser (libertad, memoria, inteligencia y voluntad…) esté al servicio del amor y de la gracia de Dios, teniendo presente que no se puede servir a dos amos, Dios y al dinero (cf. Mt 6, 24; Lc 16, 13).
El dinero es un medio, nunca un fin. Quien persigue al dinero como un fin terminará poniéndose a su servicio rebajándose a si mismo. Por eso Jesús enseña: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”. Ni de lo más placentero ni de lo más emocionante, “todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión”, lo que no es ilusión es la paz y serenidad que estar bien con Dios y nosotros mismos trae.
¿Quién no ha llegado a envidiar la alegría de un niño que juega? ¿Quién no ha sentido antojo al ver comer a un trabajador su lonche después de una jornada de trabajo? Podría uno comprar algo muy caro y no alcanzar esa felicidad ni esa delicia… seamos consciente de que “nuestra vida es tan breve como un sueño; semejante a la hierba, que despunta y florece en la mañana y por la tarde se marchita y se seca.” Pidámosle a Dios que nos enseñe lo que es la vida y así lograr ser sensatos y agradecidos por todo lo que hemos logrado. Tenemos un padre que cuida de nosotros no tengamos miedo.
(P. JLSS)
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