(Ez 2, 2-5 / Sal 122 / 2Cor 12, 7-10 / Mc 6, 1-6)
Nuestra fe en Jesucristo debe ser mayor que nuestra desconfianza en nosotros mismos (ya sea fundamentada en nuestras ideas o ideas sembradas), la semana pasada escuchamos la historia de dos personas que confiaban en el poder de Jesús más que en sus problemas: la mujer del flujo sanguíneo y Jairo con el problema de su hija.
Hoy se nos invita en la palabra a dejar nuestros prejuicios a un lado y acercarnos al Señor confiando en su misericordia y en su poder. Aceptar que no le conocemos del todo y que rebasa todas nuestros criterios, no sea que en nosotros pase como los de la tierra de Jesús que nos cuenta Marcos que “no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente.”
Pablo aún después de convertido, sigue luchando con una «espina clavada en su carne», un pecado que es capaz de aceptar y no por ello limitar la acción de Dios en su vida, al comprender que «le bastaba la gracia de Dios y que su poder se manifiesta en la debilidad» ¿quieres reconocer la misericordia de Dios? Acepta que en estos momentos de tu vida te ama plenamente, pongamos nuestra mirada en Él más que en nuestras limitaciones.
En la Cruz se ha manifestado este amor que supera todos nuestros criterios, en el crucifijo podemos encontrar ese “profeta” que nos anuncia el inmenso amor que Dios nos tiene, dejémonos sorprender por Jesús Él quiere renovar nuestras vidas siempre, que nuestras ideas no limiten su acción (cf. Ap 21, 5)
(P. JLSS)
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