(Gn 3, 9-15 / Sal 129 / 2Cor 4,13-5, 1 / Mc 3, 20-35)
La semana pasada reflexionamos acerca de la prioridad que tiene el esforzarnos por vivir conforme a nuestra fe, antes que quererla manifestar solo con actos o prácticas externas, lo primero que tenemos que aceptar es que Dios nos ama infinitamente y debemos vivir conforme a ser personas amadas.
Prestemos atención a las palabras del Salmo: “Si conservaras el recuerdo de las culpas, ¿quién habría, Señor, que se salvara? Pero de ti procede el perdón, por eso con amor te veneramos…” Dios no es rencoroso, es misericordioso. Rencor y amor nunca han sido sinónimos. Uno tenderá a la venganza el otro a la procuración del bien.
En el Evangelio se nos narra como los familiares de Jesús, llegaron a pensar que se había vuelto loco, otros que estaba poseído, solamente porque anunciaba que Dios ama y no quiere junto a Él ¿cuál es tu actitud frente a la misericordia de Dios? ¿Es de apertura o de rechazo? Prefieres esconderte de Dios antes que reconocer la necesidad que tienes de él?
Pidamos a nuestro Padre celestial que nos de la capacidad de poner nuestra atención en la disposición que tiene para que estemos bien, que podamos vivir como san Pablo con nuestra atención puesta en Él. “Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Sabemos que, aunque se desmorone esta morada terrena, que nos sirve de habitación, Dios nos tiene preparada en el cielo una morada eterna, no construida por manos humanas.”
(P. JLSS)
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