DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Gn 3, 9-15 / Sal 129 / 2 Cor 4, 13-5, 1 / Mc 3, 20-35)

La semana pasada celebrábamos el Misterio de la Santísima Trinidad, Dios que es amor, se nos ha manifestado a través de la Historia de la Salvación como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y mediante la efusión de su espíritu nos ha hecho partícipes de este dinamismo de amor ¿permites que este amor te renueve constantemente o ya se te hace suficiente lo que conoces de Dios?

A esto se refiere San Pablo cuando exhorta a los corintios a perseverar con la certeza puesta en la acción del Espíritu Santo, diciéndoles «Por esta razón no nos acobardamos; pues aunque nuestro cuerpo se va desgastando, nuestro espíritu se renueva de día en día. Por esta razón no nos acobardamos; pues aunque nuestro cuerpo se va desgastando, nuestro espíritu se renueva de día en día». ¿Algo te está haciendo sentir avejentado(a)?

Avejentado nos puede hacer sentir la no apertura a la gracia de Dios, así como también la irresponsabilidad ante nuestros pecados y limitaciones. En la primera lectura escuchamos en el relato del Génesis cómo ninguno de los personajes pide perdón a Dios, sino que se esfuerzan por culpar al otro. La culpa nunca ha generado cambios.

Dejémonos impresionar nuevamente de Dios, dejémonos transformar por el Espíritu Santo, no dudemos de su poder y dejémosle actuar en nuestro interior para comportarnos como «familiares» de Cristo, no como desconocidos. Que se nos note que poseemos al Espíritu Santo, que su presencia nos mantenga «fuera de nosotros», atentos a Dios y a su poder, que importa si nos llaman locos. (Cf. 2Cor 5, 13-14)

(P. JLSS)

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