(Lv 19, 1-2. 17-18 / Sal 102 / 1Cor 3, 16-23 / Mt 5, 38-49)
La semana pasada el Señor nos advirtió que si nuestra justicia no era mayor que la de los escribas y fariseos no entraríamos en el reino de los cielos; hoy la Palabra nos aclara qué es aquello que debemos hacer: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.”
Los hijos siempre aprenden de sus padres, directa o inconscientemente, cuando alguien conoce a los papás de alguien comprende más el comportamiento de este. “El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados.” ¿Se te nota que eres su hijo(a)?
Desde el antiguo testamento ya se mandaba «amar al prójimo como a uno mismo», Jesús al igual que el libro del Levítico nos enseña con la parábola del buen samaritano quién es nuestro prójimo y la necesidad existente de saber compadecerse de todos incluso de aquel que no pudiera agradarnos. Se trata de dar al otro el mismo trato que Dios ha tenido con nosotros.
Por ello este día nos dirigimos hacia ti Padre celestial para pedirte que nos hagas experimentar una vez más tú amor hacia nosotros, volver a experimentar tu misericordia y que esta transforme nuestros criterios mundanos siguiendo los consejos de San Pablo: “si alguno de ustedes se tiene a sí mismo por sabio según los criterios de este mundo, que se haga ignorante para llegar a ser verdaderamente sabio.” El mundo nos llevará a la soberbia, el espíritu a la Caridad.
(P. JLSS)
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