(Jer 17, 5-8 / Sal 1 / 1Cor 15, 12. 16-20 / Lc 6, 17. 20-26)

La semana pasada se nos invitaba a reconocer que la misericordia y la gracia de Dios son más fuertes que nuestras limitaciones, se trata de abandonarse confiados a su acción y dejar que este amor produzca frutos en nuestro interior. Esta semana somos invitados a pedirle a Dios que la fuerza de su amor se traduzca en confianza y esperanza.

El amor de Dios ¿ayuda en tu interpretación de la realidad? Todas las lecturas de este día se podrían sintetizar en “Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios, que no anda en malos pasos ni se burla del bueno, que ama la ley de Dios y se goza en cumplir sus mandamientos”. ¿Prefieres lo temporal o lo eterno?

Quien confía en Dios “es como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita. En todo tendrá éxito”. Solamente a la luz de esta palabra es que podremos entender la dicha de la que Jesús habla en el Evangelio, porque se trata de ser capaces de valorar más la recompensa del cielo que en lo efímero.

Recordemos las palabras de Jesús: «Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6, 33) no permitamos que cualquier cosa nos robe la paz, pidámosle a Dios que por la fuerza de su amor, él se convierta en nuestra máxima riqueza, porque donde esté nuestro tesoro allí estará nuestro corazón (cf. Mt 6, 21) que Dios sea lo único atesorado en nuestro interior.

(P. JLSS)