(Lv 3, 1-2. 44-46 / Sal 31 / 1Cor 10, 31 – 11, 1 / Mc 1, 40-45)
El domingo pasado reflexionamos acerca de las dos actitudes que pueden surgir frente a las dificultades, por un lado están quienes no conocen a Cristo y se desaniman cuando estas se presentan; por otro, quien se ha encontrado con Jesús sabe que su amor y poder rebasan toda lógica y toda dificultad humana. Hoy la palabra nos invita a dejarnos encontrar con Cristo.
No podemos conformarnos con conocer teóricamente a Jesucristo, debemos permitirle actuar en nosotros, debemos evitar reducir nuestra fe a una ideología (conjunto de ideas) solamente, nuestra fe se basa en el encuentro con Jesucristo, para el cuál ninguno de nosotros es inferior, nada limita su amor por nosotros.
En la primera lectura, se nos cuenta cómo los leprosos eran relegados por su enfermedad, como deberían alejarse de la comunidad; en el Evangelio, un leproso se acerca a Jesús para pedirle que le cure, el Señor no le rechaza justificándose en la Ley, sino que misericordiosamente le sana. Tanto Jesús como el leproso, no piensan tanto en la enfermedad, uno acepta a quien le busca, el otro reconoce donde se podía curar.
Sólo quien reconoce la misericordia que el Señor ha tenido consigo es capaz de ser misericordioso con los demás y no pierde tanto tiempo con cuestiones secundarias, procura ser su imitador. Sigamos el ejemplo del “leproso” y acerquémonos sinceramente a Jesús, conscientes de nuestras limitaciones y pecados, pongamos todo en sus manos «si tú quieres, puedes curarme», dejémosle que se acerque, nos toque seguramente nos dirá: «Sí quiero: sana!
(P. JLSS)
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