DOMINGO IV DE CUARESMA

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(1Sm 16, 1. 6-7. 10-13 / Sal 22 / Ef 5, 8-14 / Jn 9, 1-41)

Las invitaciones que se nos han venido dando durante los domingos de Cuaresma han sido: entrar en el camino cuaresmal reconociendo nuestra necesidad de purificación, nuestra necesidad de escuchar más al Señor, de dejarnos «hidratar» por Él (agua viva) y de «mirar» iluminados por su luz.

Tras la lectura del evangelio se vino a mi mente un refrán popular: «no hay peor ciego que el que no quiere ver». En el mismo pasaje miramos un ciego que quiere ver y muchos otros que creen ver, pero en realidad están cegados. Uno es ciego de nacimiento, los otros por comodidad ¿compartes alguno de estos tipos de ceguera?

Tenemos que dejar que la luz del Señor nos ilumine y ser conscientes de que Él es la luz, jamás nosotros. Nosotros compartimos la luz que recibimos, tal y como hizo este ciego que sólo compartió lo que el mismo experimentó, de eso se trata. “En otro tiempo ustedes fueron tinieblas, pero ahora, unidos al Señor, son luz. Vivan, por lo tanto, como hijos de la luz”.

Samuel, como buen hombre de Dios, obedece al Señor confiado tras la elección de David, aunque según sus criterios humanos le hubieran dicho que el rey debía tener determinadas cualidades, Dios le aclara que él «no juzga cómo juzga el hombre» porque el hombre se fija en apariencias pero Dios ve los corazones. Dejémonos iluminar por Dios para que nada nos haga dudar de que “El Señor es nuestro pastor, nada me falta; en verdes praderas nos hace reposar y hacia fuentes tranquilas nos conduce para reparar nuestras fuerzas.” No te dejes impresionar por nada.

(P. JLSS)

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