(Ap 3, 1-6. 14-22 / Sal 14 / Lc 19, 1-10)
Quien es consciente de que “Dios nos amó y nos envió a su Hijo, como víctima de expiación por nuestros pecados” y acepta este misterio con todo lo que significa, no se puede permitir el desánimo descontrolado y debe ponerse en total disposición para que el amor obre en él sin obstáculo alguno.
En el Evangelio escuchamos el ejemplo de Zaqueo, un hombre que buscaba ver a Jesús y se descubrió conocido por el Señor. Es un ejemplo para todos aquellos que buscamos conocer a Jesús con mayor intimidad a dejarle ser libremente en nuestro interior, convencernos de que su amor y gracia nos serán de mucho provecho.
En la primera lectura escuchamos los reclamos que se les hacen a dos comunidades cristianas, a Sardes se le reprocha la mera apariencia de estar vivo cuando en realidad está muerta, y a Laodicea no ser ni fría ni caliente. Debemos estar atentos que no nos pase como a ellas, procurar ser buenos no solo de apariencia y decidirnos por el Señor con total apertura y confianza.
Dejemos que el Espíritu Santo nos haga mejores personas, y nos recuerde las palabras del Señor: “Yo reprendo y corrijo a todos los que amo. Reacciona, pues, y enmiéndate. Mira que estoy aquí, tocando la puerta; si alguno escucha mi voz y me abre, entraré a su casa y cenaremos juntos.” Se trata de aceptar al Señor, abrirnos a su gracia y que él haga el resto…
(P. JLSS)
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