SÁBADO – SEMANA XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(3Jn 5-8 / Sal 111 / Lc 18, 1-8)

Esforzarnos en vivir conforme al amor que hemos recibido de parte de Dios debe ser nuestra mayor preocupación, antes que cualquier otra cosa, pero lograr esto no es tan fácil, por ello debemos procurar ser agradecimiento, buscar la serenidad, vivir como personas que se saben amadas. Para eso necesitamos mucha oración.

Este es precisamente el tema de este día, la oración. Nos dice el Evangelio que Jesús propone una parábola “para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer…” la parábola del juez y la viuda. Uno que no temía ni a Dios ni a los hombres, frente a una viuda que estaba en problemas y no dejaba de pedirle que le hiciera justicia hasta que logra conseguir lo que necesitaba.

Ella como viuda en esos tiempos, podría sentirse totalmente desprotegida y desvalida, se acerca a quien pudiera creerse que no le haría caso jamás, sin embargo acude a él porque sabe que era quien podía darle solución ¿cuál es nuestro mayor impedimento a la hora de pedirle a Dios su favor? ¿Reconocemos que nos ama y está dispuesto a ayudarnos? ¿Qué tanto nos comunicamos con él?

Juan por su parte nos enseña que ayudando a los demás se colabora con la difusión de la verdad, si aceptamos que Dios nos ama debemos vivir procurando el bien y comunicándonos con quien sabemos que nos ama para obtener la serenidad y que aumente nuestra gratitud. Hablemos más con Dios, esto nos centrará y hará experimentar la serenidad que tanto deseamos. No andaremos anticipando ni olvidando nada.

(P. JLSS)

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