(Gal 3, 7-14 / Sal 110 / Lc 11, 15-26)
¿Qué nos hace desconfiar de la misericordia de Dios? ¿Su grandeza frente a tu pequeñez o tu soberbia? La soberbia al principio de la vida espiritual nos puede llevar a desconfiar de lo que se nos ofrece y, cuando ya hemos avanzado algo en esto nos puede llevar a ignorar nuestra necesidad de ayuda cuando ésta se presenta, por ello es importante reconocer qué pudiera estar pasando con nosotros.
Los personajes del evangelio, en lugar de abrirse a la novedad que ofrece la cercanía con Jesús, prefieren criticarle en lugar de aceptarle: “Este expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal milagrosa.” Se cual sea la manera se cierran a su acción.
Preguntémonos si nos está pasando algo semejante y recordemos las palabras de san Pablo: “…Y es evidente que la ley no justifica a nadie ante Dios, porque el justo vivirá por la fe… teniendo en cuenta lo que entendemos por justificación «sólo por gracia, sin ningún mérito nuestro y mediante la fe en Jesucristo y su obra salvadora, somos somos aceptados por Dios que envía el Espíritu Santo a nuestros corazones capacitándolos y llamándolos a buenas obras». (All under One Christ, párrafo 14)
Si ya creemos en Jesucristo, nos resta ser dóciles a Él, a la gracia y abandonarnos al influjo del amor de Dios para que este siga modelándonos a la imagen de su Hijo. No limitemos el amor, él ha querido entregarse por nosotros para que nunca olvidemos la magnitud de su amor. Cuando queramos rendirnos, pensemos en la Cruz y que ese misterio nos ilumine para no hacerlo: “cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí…”
(P. JLSS)
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