(Jer 26, 11-16. 24 / Sal 68 / Mt 14, 1-12)
El destino del justo depende de Dios y no de los hombres, eso es algo que no debemos permitir que salga de nuestra cabeza, quienes pertenecemos a Dios confiamos en que recibiremos lo mismo que nuestro Señor Jesucristo si permanecemos unidos a Él. Solo debemos aprender a buscarle en medio de los momentos de dificultad.
En ambas lecturas, tanto en el evangelio como en la primera lectura, escuchamos como estos dos hombres de Dios estaban sufriendo injusticias humanas y no permitieron que las mismas desviarán su atención de lo verdaderamente importante, la fidelidad a Dios. ¿A qué le hemos permitido quitarnos la paz nosotros?
A Jeremías le defienden y no le matan en esta ocasión por reconocerle como profeta, a Juan no le mataban por miedo a la gente, según nos cuenta Mateo. Sin embargo, a Juan el Bautista le quitan la vida para cuidar la imagen de un rey frente a sus invitados. La vida del Bautista acabó porque un rey no quiso quedar mal ante los invitados de su cena.
Quien pierde de vista la grandeza de Dios, de su amor y gracia, es capaz de dejar que se hagan toda clase de injusticias con tal de estar tranquilo, cómodo, en una supuesta paz. La tranquilidad que buscamos los que confiamos en Dios supera todo esto, hay que pedirle a Dios que aumente nuestra esperanza para no andar depositando nuestra confianza en otras cosas que no sean Él. “Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos…”
(P. JLSS)
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